Monday, March 23, 2015

RELATO DE LA SEMANA

EL DES-CUBRIMIENTO

Yo no sé de mi infancia
más que un miedo luminoso
y una mano que me arrastra
a mi otra orilla”
       ALEJANDRA PIZARNIK / TIEMPO

El androide XT-037, un modelo femenino, llevaba de la mano al pequeño Heog hacia uno de los módulos  cristalinos de Aprendizaje Neuromotor. Otros niños y niñas,  igualmente vestidos con el uniforme azul oscuro de piel sintética, se encaminaban a sus respectivos módulos, guiados por aquellos androides, altos y afectuosos, tan gráciles que habrían podido pasar por adultos de verdad en el exterior del Instituto.
Heog penetró a su compartimiento y una pantalla, el mismo rectángulo blanco que el chico recordaba desde que ingresara al Instituto a los dos años de edad, apareció ante sus ojos. Pronto, las imágenes virtuales y los sonidos envolventes unirían sus patrones para proyectar múltiples conocimientos sobre la mente inmadura del jovencito, quien aprehendería generosas cantidades de información a través de las redes interactivas y los insuperables modelos didácticos de enseñanza.
Así había sido desde hacía ocho años y así continuaría siendo hasta...

HOY ES EL DÍA

-¿Qué?- Heog miraba las letras en la pantalla, confundido.
 
HOY ES EL DÍA.

HOY CONOCERÁS A LOS HUMANOS DE VERDAD.

Finalmente, después de ocho largos años enclaustrado en aquel internado de alto nivel, entraría en contacto con Los Adultos.
¿Serían igual de cálidos que los androides?
¿Se comportarían con la misma diligencia y afabilidad?
¿Sería verdad que conocían el sufrimiento?
Heog siempre anheló conocer a Los Adultos. Por supuesto, no recordaba como eran (y en situación similar se hallaban sus compañeros de estudio) pero, si algo tenía claro, era que sus motivaciones no se reducían al posible afecto que pudiera sentir por ellos sino a la curiosidad que tales individuos le suscitaban.



La extraña fascinación que el chico sentía por Los Adultos sólo podía compararse con aquella ocasión -¿cuántos años tenía? ¿Tres? ¿Cuatro?- en que observó a un par de androides, uno sobre el otro, sin las tiras de piel sintética, dejando al descubierto sus fascinantes circuitos eléctricos.
Reían.
Heog  lo recordaba. Lo recordaba muy bien porque, entonces, descubrió quien era.

-Te esperan, Heog- le dijo XT-037
El niño asintió con la cabeza y caminó a través de un blanco pasillo. La luz se filtraba a través de las níveas placas fluorescentes. Era un fulgor tenue, preciso, tan benigno como todo en el Instituto. Por eso los humanos confiaban a sus hijos al cuidado de los androides, internados en aquel centro experimental de enseñanza, porque aquel ambiente les aseguraba total felicidad a los niños. Ninguno experimentaría el sufrimiento, el dolor, las peleas de los padres, aquellas cosas que los pequeños NO DEBÍAN conocer pero que, debido a la enloquecida marcha del mundo, terminarían conociendo al salir del Instituto...
Los Adultos vieron al muchacho, delgado pero evidentemente sano. Caminaba hacia ellos con aire resuelto, quizá algo ansioso. De vez en cuando volvía la vista atrás, al túnel resplandeciente que conducía al Instituto. Un lugar al cual jamás volvería...
Por fin, el chico se plantó ante sus padres.
-Hola papá. Hola mamá.- saludó con una reverencia.
-Hola, amor- saludó la madre
-Te trajimos un presente- dijo el padre ofreciéndole a Heog una hermosa pluma, de las que antaño se usaran para escribir.
El niño tomó el esbelto regalo, de brillante metal plateado, y abrazó a Los Adultos. Tal como la pantalla aconsejaba tratándose de humanos.
-Mi niño- repetía la madre- mi niño... fruto de mis entrañas...
Aquello conmocionó al chico.
-¿de tus entrañas, dices?- preguntó mientras retrocedía, visiblemente asustado. Su antiguo descubrimiento se hacía pedazos.
-¿qué ocurre, amor?- la madre intentó atraerlo hacia su seno pero el joven rehuyó el abrazo.
Efectivamente, los niños del Institutos nunca supieron lo que NO DEBÍAN SABER.
Antes que Los Adultos pudieran evitarlo, el plateado instrumento se clavó en el corazón de su querido hijo. Las gotas de sangre mancharon el suelo inmaculado y un grito de sorpresa, más que de dolor, rompió el silencio del exterior.
-¿Por qué, mi amor? ¿Por qué lo hiciste?

-Tenía que probarlo... saber si tenía circuitos... si a pesar de todo podía reír... - repuso Heog exhalando su último aliento...

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