EL
DES-CUBRIMIENTO
“ Yo no sé de mi infancia
más que un miedo luminoso
y una mano que me arrastra
a mi otra orilla”
ALEJANDRA PIZARNIK / TIEMPO
El
androide XT-037, un modelo femenino, llevaba de la mano al pequeño Heog hacia
uno de los módulos cristalinos de
Aprendizaje Neuromotor. Otros niños y niñas,
igualmente vestidos con el uniforme azul oscuro de piel sintética, se
encaminaban a sus respectivos módulos, guiados por aquellos androides, altos y
afectuosos, tan gráciles que habrían podido pasar por adultos de verdad en el
exterior del Instituto.
Heog
penetró a su compartimiento y una pantalla, el mismo rectángulo blanco que el
chico recordaba desde que ingresara al Instituto a los dos años de edad,
apareció ante sus ojos. Pronto, las imágenes virtuales y los sonidos
envolventes unirían sus patrones para proyectar múltiples conocimientos sobre
la mente inmadura del jovencito, quien aprehendería generosas cantidades de
información a través de las redes interactivas y los insuperables modelos
didácticos de enseñanza.
Así
había sido desde hacía ocho años y así continuaría siendo hasta...
HOY ES EL DÍA
-¿Qué?-
Heog miraba las letras en la pantalla, confundido.
HOY ES EL DÍA.
HOY CONOCERÁS A LOS HUMANOS DE VERDAD.
Finalmente,
después de ocho largos años enclaustrado en aquel internado de alto nivel,
entraría en contacto con Los Adultos.
¿Serían
igual de cálidos que los androides?
¿Se
comportarían con la misma diligencia y afabilidad?
¿Sería
verdad que conocían el sufrimiento?
Heog
siempre anheló conocer a Los Adultos. Por supuesto, no recordaba como eran (y
en situación similar se hallaban sus compañeros de estudio) pero, si algo tenía
claro, era que sus motivaciones no se reducían al posible afecto que pudiera
sentir por ellos sino a la curiosidad que tales individuos le suscitaban.
La
extraña fascinación que el chico sentía por Los Adultos sólo podía compararse
con aquella ocasión -¿cuántos años tenía? ¿Tres? ¿Cuatro?- en que observó a un
par de androides, uno sobre el otro, sin las tiras de piel sintética, dejando
al descubierto sus fascinantes circuitos eléctricos.
Reían.
Heog lo recordaba. Lo recordaba muy bien porque,
entonces, descubrió quien era.
-Te
esperan, Heog- le dijo XT-037
El niño
asintió con la cabeza y caminó a través de un blanco pasillo. La luz se
filtraba a través de las níveas placas fluorescentes. Era un fulgor tenue,
preciso, tan benigno como todo en el Instituto. Por eso los humanos confiaban a
sus hijos al cuidado de los androides, internados en aquel centro experimental
de enseñanza, porque aquel ambiente les aseguraba total felicidad a los niños.
Ninguno experimentaría el sufrimiento, el dolor, las peleas de los padres,
aquellas cosas que los pequeños NO DEBÍAN conocer pero que, debido a la
enloquecida marcha del mundo, terminarían conociendo al salir del Instituto...
Los
Adultos vieron al muchacho, delgado pero evidentemente sano. Caminaba hacia
ellos con aire resuelto, quizá algo ansioso. De vez en cuando volvía la vista
atrás, al túnel resplandeciente que conducía al Instituto. Un lugar al cual
jamás volvería...
Por
fin, el chico se plantó ante sus padres.
-Hola
papá. Hola mamá.- saludó con una reverencia.
-Hola,
amor- saludó la madre
-Te
trajimos un presente- dijo el padre ofreciéndole a Heog una hermosa pluma, de
las que antaño se usaran para escribir.
El niño
tomó el esbelto regalo, de brillante metal plateado, y abrazó a Los Adultos.
Tal como la pantalla aconsejaba tratándose de humanos.
-Mi
niño- repetía la madre- mi niño... fruto de mis entrañas...
Aquello
conmocionó al chico.
-¿de
tus entrañas, dices?- preguntó mientras retrocedía, visiblemente asustado. Su
antiguo descubrimiento se hacía pedazos.
-¿qué
ocurre, amor?- la madre intentó atraerlo hacia su seno pero el joven rehuyó el
abrazo.
Efectivamente,
los niños del Institutos nunca supieron lo que NO DEBÍAN SABER.
Antes
que Los Adultos pudieran evitarlo, el plateado instrumento se clavó en el
corazón de su querido hijo. Las gotas de sangre mancharon el suelo inmaculado y
un grito de sorpresa, más que de dolor, rompió el silencio del exterior.
-¿Por
qué, mi amor? ¿Por qué lo hiciste?
-Tenía
que probarlo... saber si tenía circuitos... si a pesar de todo podía reír... -
repuso Heog exhalando su último aliento...
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