Wednesday, April 15, 2015

RELATO DE LA SEMANA

ULTIMAS PALABRAS DE UN SABIO

“Toda la noche

sentí que el viento hablaba
sin palabras”
        Aurelio Arturo/ CANCION DEL VIENTO.

Siempre se le veía con un libro a mano.
Si alguien lo hubiese observado atentamente se habría percatado de que, en verdad, llegaba a devorar uno o dos libros al día.
Las personas no lo trataban demasiado.
Tal vez se debía a la aprensión que un sujeto tan diferente suscitaba entre los individuos  “normales”.
  El tipo era un genio, de ello no cabe duda.
Fue el último erudito que anduvo por el mundo, un aventajado en términos poéticos y filosóficos, un individuo como nunca volvería a nacer.
Nadie podía imaginar las abrumadoras frases con que él describía su realidad; Pura poesía.
La criatura más repulsiva del universo pudo verse como la más perfecta si el maestro así lo hubiese querido. Pero  el silencio era su  único amigo. De poco  valía compartir  su  profunda sapiencia con la masa ignorante, el vulgo  anodino que  era el mar del sinsentido en que  su  alma se  ahogaba  día a día. 
Sin embargo, un asunto torturaba al eminente personaje: Preocupábale sobremanera imaginar que, al dejar el reino de los vivos, no se le oyera recitar su póstumo epitafio; el más refinado, el más armónico y bello epitafio jamás oído.
A él no le importaba si, al morir, nadie le acompañara, porque, en tal caso, difícilmente se le imputaría una frase mortuoria que no correspondiera a tan alto entendimiento.
En cambio, si moría ante testigos, bien podría testificarse que, efectivamente, El Sabio solo atinó a decir un escueto “me muero”.
Por ello, repetíase siempre magníficos pasajes colmados de distinción y profundo significado, de tal suerte que, si la muerte cruel le sorprendía, tuviese a mano soberbia despedida cual verso inmortal.
No tardó la dama oscura en visitar al hombre que, en cierta forma, morir deseaba.
Su cuerpo cayó lentamente bajo cadavérica rigidez  pero su mente, ágil y despierta, formuló en ese instante el prístino epitafio, las míticas palabras, el espléndido verso que lo haría digno de ser llamado Sabio entre los  Sabios.
Miles de personas le rodeaban, miles de ojos siguieron el movimiento de aquellos viejos labios pronunciando con calma el sublime mensaje, las últimas palabras del maestro.

En el reino de la eternidad, El Sabio se pregunta el por qué de aquellos gestos confusos, esbozados por quienes escucharon su planificada despedida.
En el reino de la tierra, un hombre se acerca al tumulto de gente, contempla al cuerpo del anciano que sostiene entre sus arrugadas manos un grueso libro de poesía, y pregunta:
-¿Qué pasó?-
Y una mujer, que ha estado allí desde el comienzo, responde con desgano:

- Se murió el boquinche-

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