ULTIMAS
PALABRAS DE UN SABIO
“Toda la noche
sentí que el viento hablaba
sin palabras”
Aurelio Arturo/ CANCION DEL VIENTO.
Siempre se le veía con un libro a mano.
Si alguien lo hubiese observado atentamente se
habría percatado de que, en verdad, llegaba a devorar uno o dos libros al día.
Las personas no lo trataban demasiado.
Tal vez se debía a la aprensión que un sujeto
tan diferente suscitaba entre los individuos
“normales”.
El tipo
era un genio, de ello no cabe duda.
Fue el último erudito que anduvo por el mundo,
un aventajado en términos poéticos y filosóficos, un individuo como nunca
volvería a nacer.
Nadie podía imaginar las abrumadoras frases con
que él describía su realidad; Pura poesía.
La criatura más repulsiva del universo pudo
verse como la más perfecta si el maestro así lo hubiese querido. Pero el silencio era su único amigo. De poco valía compartir su profunda sapiencia con la masa ignorante, el vulgo anodino que era el mar del sinsentido en que su alma se ahogaba día a día.
Sin embargo, un asunto torturaba al eminente
personaje: Preocupábale sobremanera imaginar que, al dejar el reino de los
vivos, no se le oyera recitar su póstumo epitafio; el más refinado, el más
armónico y bello epitafio jamás oído.
A él no le importaba si, al morir, nadie le
acompañara, porque, en tal caso, difícilmente se le imputaría una frase
mortuoria que no correspondiera a tan alto entendimiento.
En cambio, si moría ante testigos, bien podría
testificarse que, efectivamente, El Sabio solo atinó a decir un escueto “me
muero”.
Por ello, repetíase siempre magníficos pasajes
colmados de distinción y profundo significado, de tal suerte que, si la muerte
cruel le sorprendía, tuviese a mano soberbia despedida cual verso inmortal.
No tardó la dama oscura en visitar al hombre
que, en cierta forma, morir deseaba.
Su cuerpo cayó lentamente bajo cadavérica
rigidez pero su mente, ágil y despierta,
formuló en ese instante el prístino epitafio, las míticas palabras, el
espléndido verso que lo haría digno de ser llamado Sabio entre los Sabios.
Miles de personas le rodeaban, miles de ojos
siguieron el movimiento de aquellos viejos labios pronunciando con calma el
sublime mensaje, las últimas palabras del maestro.
En el reino de la eternidad, El Sabio se
pregunta el por qué de aquellos gestos confusos, esbozados por quienes
escucharon su planificada despedida.
En el reino de la tierra, un hombre se acerca
al tumulto de gente, contempla al cuerpo del anciano que sostiene entre sus
arrugadas manos un grueso libro de poesía, y pregunta:
-¿Qué pasó?-
Y una mujer, que ha estado allí desde el
comienzo, responde con desgano:
- Se murió el boquinche-
No comments:
Post a Comment