Tuesday, January 06, 2015

RELATO DE LA SEMANA

MIENTRAS ESCRIBO...

“La muerte invade
de vez en cuando el sueño
y hace sus cálculos”
                Mario Benedetti

Fue una estupidez... una completa estupidez.
Por supuesto, se les podría excusar aludiendo al horroroso panorama que la humanidad –nuestra humanidad- afrontaba pero... ¿fue realmente necesario apresurarse tanto? .Daba la impresión de que el experimento, planteado más de un siglo atrás, hubiese sido trazado en unos pocos minutos por un grupo de científicos presionados por el tiempo que se escabullía entre los dedos como si de aire se tratara.
A decir verdad ya no importa. El daño está hecho y solo cabe esperar su desenlace.
- ¡Tantas cosas que no realizaré! ¡Dios! ¿Por qué ahora? ¿Por qué a mí?- Se queja Diana, mi hermana.  Supongo que resulta más difícil para una adolescente de quince años asumir que todo terminará tan abruptamente. Yo, dos años mayor que ella,  tomo el asunto con una calma que incluso a mí me sorprende.
Sí, todo acabará  pero ¿puedo yo hacer algo para evitarlo?. Los mismos científicos, al percatarse del riesgo potencial que el mundo corría, habían intentado detener el proceso aunque, finalmente, tuvieron que aceptar públicamente, durante una transmisión digital de extensión global, la inminencia del desastre y lo apenados que se encontraban por la catástrofe causada.
-¡Apenados!- había exclamado Diana al finalizar la emisión.  – ¡Su pena no nos ayudará a sobrevivir al cataclismo!-
Aquella sensación de odio e impotencia generalizada invadía cada hogar, cada nación, cada continente...
El mundo se unía por segunda ocasión en su historia (la primera vez fue para aprobar el proyecto Dyson) con el propósito de repudiar al conjunto de físicos y técnicos responsable de aquel pandemónium.
Las reacciones fueron predecibles y comprensibles a un tiempo: Saqueos, oleadas de violencia, suicidios colectivos y conversiones “milagrosas” como la del viejo Oliver, un borracho legendario, quien convencido de que el poder y la bondad de Dios le librarían de lo inevitable, dejó la bebida y dedicó sus últimos días a la oración y la penitencia.
Pensándolo bien, es esa una forma divertida de esperar el fin. Desde que los combustibles fósiles se acabaron y las alternativas energéticas fracasaron estrepitosamente, las actividades físicas (llámese deporte, recogimiento o sexo) e intelectuales eran las opciones  más rentables para afrontar el hambre y el aburrimiento.

Aún creo firmemente que la raza humana no sólo es una especie miserable sino desafortunada.
Centrales de fisión y fusión, insuficientes para cubrir la excesiva demanda energética (aparte del peligro latente que suponían tales medios); pilas de combustible saboteadas por grupos interesados en que “otras fuentes” se quedaran con el monopolio; La poca viabilidad de usar energía solar, eólica o geotermica sumada a la mala distribución de estos recursos por parte de las naciones pioneras –abuso que generó los múltiples conflictos internacionales culpables del recrudecimiento de la pobreza mundial-... En fin. Todos estos, vanos intentos por reanimar un planeta sofocado y frío, donde reinan las penumbras y la desazón. 
Por ello pienso que, al fin y al cabo, es comprensible que todos hallamos aprobado al instante la loca propuesta del profesor ruso Alzheimovich: El proyecto de las Esferas Dyson.
El objetivo era obtener una cantidad de energía casi ilimitada mediante una gigantesca esfera con radio similar al de la órbita terrestre. La esfera rodearía el sol y absorbería su energía de manera altamente eficiente.
¿Cómo diablos crear semejante estructura? La respuesta no se hizo esperar: El planeta Júpiter fue recubierto con cables metálicos extraídos del cinturón de asteroides existente entre éste planeta y Marte. El metal combinado con el campo magnético de Júpiter provocó, tal como se esperaba, la aparición de una poderosa inducción eléctrica que aceleró la rotación del astro tan bruscamente que éste se rompió en millones de pedazos.
Esta empresa, que habría parecido una locura en pleno siglo XXI, fue tediosa pero esperanzadora. En ella se invirtieron las últimas reservas de energía de todo el planeta. Así, cuando la acumulación de material joviano se instalara algo más allá de la órbita marciana  y la energía solar fuese reexpedida hacia el interior siendo transformada posteriormente en energía eléctrica, un grito de júbilo recorrería la Tierra y la humanidad cantaría al unísono el son del nuevo renacer bajo aquel intenso fulgor de las luces artificiales, apagadas desde tiempos remotos.
Bueno, eso suponíamos que ocurriría...
Los cálculos matemáticos de SEED, el único superprocesador que podía monitorear el proceso,  revelarían -tardíamente- que la emisión de calor originada por la combinación de los rayos solares y  la aceleración de los fragmentos de Júpiter terminarían desatando una onda térmica de proporciones fulminantes para la vida de nuestro amado mundo.
Ahora, bajo la tenue luz de la luna y desde la ventana de mi hogar, contemplo la enorme ciudad oculta por las sombras. Mientras escribo estas líneas siento un calor que es cada vez más insoportable (¡y no tenemos una maldita batería que accione el aire acondicionado!)  así como el crudo rumor de la pleamar resonando por do quier.

El deshielo polar está completo y la voraz marea que consume ávidamente el mundo pronto será un océano ardiente donde nuestros cuerpos bronceados flotaran como langostas en una olla hirviendo...

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