MIENTRAS
ESCRIBO...
“La muerte invade
de vez en cuando el sueño
y hace sus cálculos”
Mario Benedetti
Fue una estupidez... una completa estupidez.
Por supuesto, se les podría excusar aludiendo al
horroroso panorama que la humanidad –nuestra humanidad- afrontaba pero... ¿fue
realmente necesario apresurarse tanto? .Daba la impresión de que el
experimento, planteado más de un siglo atrás, hubiese sido trazado en unos
pocos minutos por un grupo de científicos presionados por el tiempo que se
escabullía entre los dedos como si de aire se tratara.
A decir verdad ya no importa. El daño está hecho y
solo cabe esperar su desenlace.
- ¡Tantas cosas que no realizaré! ¡Dios! ¿Por qué
ahora? ¿Por qué a mí?- Se queja Diana, mi hermana. Supongo que resulta más difícil para una
adolescente de quince años asumir que todo terminará tan abruptamente. Yo, dos
años mayor que ella, tomo el asunto con
una calma que incluso a mí me sorprende.
Sí, todo acabará
pero ¿puedo yo hacer algo para evitarlo?. Los mismos científicos, al percatarse
del riesgo potencial que el mundo corría, habían intentado detener el proceso
aunque, finalmente, tuvieron que aceptar públicamente, durante una transmisión
digital de extensión global, la inminencia del desastre y lo apenados que se
encontraban por la catástrofe causada.
-¡Apenados!- había exclamado Diana al finalizar la
emisión. – ¡Su pena no nos ayudará a
sobrevivir al cataclismo!-
Aquella sensación de odio e impotencia generalizada
invadía cada hogar, cada nación, cada continente...
El mundo se unía por segunda ocasión en su historia
(la primera vez fue para aprobar el proyecto Dyson) con el propósito de
repudiar al conjunto de físicos y técnicos responsable de aquel pandemónium.
Las reacciones fueron predecibles y comprensibles a
un tiempo: Saqueos, oleadas de violencia, suicidios colectivos y conversiones
“milagrosas” como la del viejo Oliver, un borracho legendario, quien convencido
de que el poder y la bondad de Dios le librarían de lo inevitable, dejó la
bebida y dedicó sus últimos días a la oración y la penitencia.
Pensándolo bien, es esa una forma divertida de
esperar el fin. Desde que los combustibles fósiles se acabaron y las
alternativas energéticas fracasaron estrepitosamente, las actividades físicas
(llámese deporte, recogimiento o sexo) e intelectuales eran las opciones más rentables para afrontar el hambre y el
aburrimiento.
Aún creo firmemente que la raza humana no sólo es
una especie miserable sino desafortunada.
Centrales de fisión y fusión, insuficientes para
cubrir la excesiva demanda energética (aparte del peligro latente que suponían
tales medios); pilas de combustible saboteadas por grupos interesados en que
“otras fuentes” se quedaran con el monopolio; La poca viabilidad de usar
energía solar, eólica o geotermica sumada a la mala distribución de estos
recursos por parte de las naciones pioneras –abuso que generó los múltiples
conflictos internacionales culpables del recrudecimiento de la pobreza
mundial-... En fin. Todos estos, vanos intentos por reanimar un planeta sofocado
y frío, donde reinan las penumbras y la desazón.
Por ello pienso que, al fin y al cabo, es
comprensible que todos hallamos aprobado al instante la loca propuesta del
profesor ruso Alzheimovich: El proyecto de las Esferas Dyson.
El objetivo era obtener una cantidad de energía casi
ilimitada mediante una gigantesca esfera con radio similar al de la órbita
terrestre. La esfera rodearía el sol y absorbería su energía de manera
altamente eficiente.
¿Cómo diablos crear semejante estructura? La
respuesta no se hizo esperar: El planeta Júpiter fue recubierto con cables
metálicos extraídos del cinturón de asteroides existente entre éste planeta y
Marte. El metal combinado con el campo magnético de Júpiter provocó, tal como
se esperaba, la aparición de una poderosa inducción eléctrica que aceleró la
rotación del astro tan bruscamente que éste se rompió en millones de pedazos.
Esta empresa, que habría parecido una locura en
pleno siglo XXI, fue tediosa pero esperanzadora. En ella se invirtieron las
últimas reservas de energía de todo el planeta. Así, cuando la acumulación de
material joviano se instalara algo más allá de la órbita marciana y la energía solar fuese reexpedida hacia el
interior siendo transformada posteriormente en energía eléctrica, un grito de
júbilo recorrería la Tierra y la humanidad cantaría al unísono el son del nuevo
renacer bajo aquel intenso fulgor de las luces artificiales, apagadas desde
tiempos remotos.
Bueno, eso suponíamos que ocurriría...
Los cálculos matemáticos de SEED, el único superprocesador
que podía monitorear el proceso,
revelarían -tardíamente- que la emisión de calor originada por la
combinación de los rayos solares y la
aceleración de los fragmentos de Júpiter terminarían desatando una onda térmica
de proporciones fulminantes para la vida de nuestro amado mundo.
Ahora, bajo la tenue luz de la luna y desde la
ventana de mi hogar, contemplo la enorme ciudad oculta por las sombras.
Mientras escribo estas líneas siento un calor que es cada vez más insoportable
(¡y no tenemos una maldita batería que accione el aire acondicionado!) así como el crudo rumor de la pleamar
resonando por do quier.
El deshielo polar está completo y la voraz marea que
consume ávidamente el mundo pronto será un océano ardiente donde nuestros
cuerpos bronceados flotaran como langostas en una olla hirviendo...
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