AQUÍ SE
TERMINA EL CUENTO…
(Primerísimo primer plano de
Stephany –más exactamente de sus pechos-. Modelo de ropa interior,
recientemente seleccionada por el jefe de producción –quien, cosa curiosa, es
su amante de turno- para ocupar el puesto de entrevistadora en un exclusivo y
muy serio programa periodístico. La cámara sube –luego de un tiempo que a las
espectadoras sensatas se les antoja excesivamente prolongado- y da, por fin,
con la cara de Stephany, parcialmente oculta bajo varias capas de químicos que,
según su maquilladora, resaltan la belleza de esta sensual presentadora.)
-Buenas noches- anuncia Stephany- En
esta ocasión tengo el honor de presentar al público a uno de los mejores
escritores que nuestro país ha engendrado en los últimos veinte años… Un
cordial saludo, maestro Dédalus.
(Primerísimo primer plano de
la verruga que corona la cabeza casi calva de nuestro ilustre invitado. La
cámara se aleja paulatinamente de la verruga y son ahora los hombres sensatos
los que consideran esta escena excesivamente larga e innecesaria. El maestro
Dédalus asiente con la cabeza. Se trata de un viejo de barba recortada manchada
a la altura del labio superior por los residuos tóxicos producto de las largas
bocanadas que el maestro suele dar a su pipa en momentos de ansiedad y
estrechez económica, esto es, casi diariamente. Su traje marrón combina a la
perfección con una camisa amarilla a medio planchar. Se adivina de inmediato
que el viejo no está casado. Sobre su pierna izquierda descansa su otra pierna
doblada con algo de escueta elegancia…
elegancia que se pierde cuando el espectador repara en las horrorosas medias,
azules y motosas, que saludan alegremente al público aprovechando que los
pantalones del maestro le van irremediablemente cortos)
-Que tal, Stephany. Un placer estar contigo esta noche.
(Pese a la sobriedad del
maestro, es inevitable captar en su voz y en su mirada un dejo lascivo
perfectamente comprensible teniendo en cuenta lo poco abrigada que Stephany se
ha vestido para la ocasión)
-El placer es sólo nuestro, maestro. Para comenzar, parece inevitable
formular una pregunta que, con toda seguridad, se han venido haciendo los miles
de lectores que han tenido la oportunidad de leer su famoso relato: “AQUÍ SE
TERMINA EL CUENTO”. Traducido a más de setenta idiomas y galardonado con
premios tan importantes como el Nébula, el Hugo, El Herralde y, por supuesto,
el IDCT. La pregunta es la siguiente: ¿Por qué asesinar al protagonista?
(Es aquí que la mirada poco
decorosa del anciano se congela en un rictus de vacilación e incomodidad que
las impresionantes habilidades preceptúales de Stephany no logran captar)
-¿Al protagonista? Me parece que te equivocas. En el relato no muere nadie…
-No quiero contradecirle, maestro, pero se trata de una de las principales
escenas del relato…
-¿Te refieres al relato que lleva
por nombre “AQUÍ SE TERMINA EL CUENTO?
-Exactamente a ese, maestro…
(El viejo guarda silencio.
Primer plano de su rostro, ya no torcido de perversidad sino desencajado por la
ira. La cámara enfoca, ahora, la estúpida sonrisa de Stephany quien pestañea un
par de veces en espera, aún, de su anhelada respuesta)
-En el cuento no muere nadie.- reitera el escritor testarudamente.
-¡Por favor, maestro! No bromee… si es sobre el final del relato… ¿No
recuerda su propio cuento?
(En este momento, la ira del
vejete estalla. La verruga brinca bajo el fiero palpitar de una gruesa vena que
circunda casi medio rostro del maestro. Stephany comienza a comprender que algo
no marcha bien)
-¡Esto!... ¡Esto es un irrespeto! ¡Una falta total de consideración! ¡Un
atentado a mi integridad como escritor! ¡Perdón, pero no voy a conceder ninguna
entrevista a una persona que ni siquiera se ha tomado la molestia de leer el
más reconocido de mis cuentos! ¡Eso es todo!
(La cámara se agita
confusamente, como si el camarógrafo no supiera si enfocar al invitado o a la
entrevistadora, que hace desesperados e inútiles esfuerzos por retener al
prestigioso personaje antes que éste salga del set. De repente, el anciano se
detiene, pálido, junto al sillón de cuero donde segundos atrás se disponía a
ser entrevistado .Su mano temblorosa se prende del pecho y la vena bajo la
verruga parece a punto de estallar. Brazo paralizado. Respiración entrecortada.
Signos innegables de un ataque al corazón.
El maestro muere.
¡Corten!)
Aquí se termina el cuento.
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